"…cabe recordar el montón de arena. En él se desarrolla una actividad no organizada por el adulto, pero que no es juego íntimo como los que practican en el interior de una habitación. Es un lugar de reunión de niños de todas las edades, unidos por el mismo goce del mismo elemento. El niño es dominado por ese elemento como por el agua en que se baña. Está dentro de la arena; en ella se cava un refugio, en ella mete los brazos tan profundamente como sea posible y, sin embargo, en oposición al agua, que sólo es continente, la arena se deja formar y tener en la mano y tomar a manos llenas. La arena es más que un material, es un lugar, es a la vez –en el lenguaje del pintor- soporte y materia. ¡Y cuánta actividad suscita! Se cavan en ella profundos cráteres, túneles hasta el extremo de la temeridad –qué regocijo cuando dos manos metidas en la tierra se encuentran y celebran su unión subterránea! Se levantan montañas hasta acabar con el material y se aprende esta ley elemental del constructor: la estabilidad y el equilibrio.
El montón de arena es un país, una tierra que los niños pueblan y animan con juguetes de toda clase; pequeños automóviles se hunden en él y se sacrifican sus finos mecanismos a ese espectáculo al cual cada uno quiere aportar su tributo. Los baldes se convierten en castillos; las ramas en árboles; las ramitas en cercos. La fantasía e imaginación de los niños aprovechan todos los elementos; puentes hechos con ramas cruzan pequeñas zanjas, se trazan o se colocan rieles, los guijarros se convierten en pavimentos; los que saben procurarse barro modelan animales; los que supieron confeccionaren su casa, con aplicación y esmero, algún aparato: una grúa, un funicular, un vehículo, hechos con elementos de juegos de construcción mecánicos u objetos cualesquiera recogidos por ahí, los ponen a prueba y les brindan, en el terreno conquistado para una hora de juego, la oportunidad de vivir la vida efímera del juguete.
El montón de arena siempre es un terreno de nadie, siempre conquistado y luego abandonado, los juegos se suceden en esa “tierra de los pequeños” –con sus constructores, transformadores y destructores- así como las civilizaciones pasan sobre la tierra de los grandes. Es difícil imaginarse una infancia que carezca de esa aventura, de esa experiencia, diríamos, porque en ella encontramos, si nos tomamos la molestia de observar a los niños, los orígenes de muchas actividades creadoras “evolucionadas”".
Arno Stern y Pierre Duquet en La Conquista de la Tercera Dimensión (1962).